Sex & The Psycho City II

En dos oportunidades (como saben algunos) recibí chocolates Hersheys de san Valentín en mi carro. Estas pequeñas y al parecer, hasta entonces, inofensivas sorpresitas nunca llegaron a tocar mi corazón. Fríamente tuve siempre una pequeña lista de posibles autores abierta a las variantes psicosociales de este país y con las cuales no era posible ningún tipo de empatía sexual (al menos a simple vista) o, peor aun, había en mi la profética sensación de que sentimientos opuestos al amor que se transmite en un chocolate estaban flotando alrededor de este gesto. Y tuve razón.

De la manera mas SEINFELD-ISTICA posible, la semana pasada quedo descubierto quien era el responsable de estos actos, no por que los hechos antes mencionados siguieron despertando mi curiosidad y casualmente haya tropezado con la verdad, ni tampoco corresponde a que esa persona haya decidido tomar un paso decisivo en su vida y confesarme su loca pasión por mi. NO señores, no fue así. Yo me vi en la obligación de descubrirlo todo por los escalofriantes y absurdos obsequios que llegaron a mi vida después de los chocolates.

Todo fue calculado y únicamente los fines de semana. El primer fin fue obviamente los chocolates que ya ustedes conocen (y que yo nunca me comeré) el segundo fin de semana la cuestión simplemente se repitió. El tercer fin de semana, mi lógica anticipación de los hechos me llevo a pensar que los próximos chocolates aumentarían en cantidad, calidad y o u proporción. Pero al llegar a mi casa (4:40 am) de una fiesta de cumpleaños, (yo no andaba en mi carro y por lo tanto había permanecido estacionado frente a mi casa durante mi ausencia) encontré pedazos de pollo (y huesos) sobre mi carro… psycho???

Me asuste mucho. Me fui corriendo a mi casa (ayudada de unos tragos, porque de otra manera no hubiera subido ni de vaina). Y llame a la policía para contarle toda esta historia.
Lo que siguió después, fue que mis amigos gringos se emocionaron (obvio) con la idea de capturar al misterioso coño e madre que dejo chocolates y pollo en mi carro, y construyeron toda una infraestructura logística en la cual un sistema modejjjjno de video, grabaría durante las siguientes horas a mi carro estacionado en un lugar cuidadosamente seleccionado (de acuerdo a la iluminación y la posición) para capturar al grandísimo desgraciado cuando (por supuesto el fin de semana siguiente) pusiera mi próximo regalo. Y así fue.

Llegando (de otra fiesta) había dejado mi carro y todo el sistema de espionaje había quedado activado (esto es verdad, no estoy inventando un coño) así que evidentemente una cosa llevaba a la otra: si había algo en mi carro, errrgo, había quedado grabado TODO. Pues había algo en mi carro, no eran chocolates, no era pollo descuartizado, pero tampoco era un gato muerto colgado del parachoque, o un dedo envuelto en papel de regalo. Era Lechuga. (se los juro por mi mamá)

Subí a mi casa, acompañada de mis amigos, porque en este punto de la situación ustedes deben comprender que mi paranoia había aumentado considerablemente (aunque suene ridículo) , y desde entonces he tomado como rutina el estar constantemente cagada. Pusimos play y empezamos a retroceder, y retroceder y retroceder el plano fijo de mi carro con una lechuga estacionado en el lugar estratégico, y seguimos retrocediendo hasta el principio del cassette. 8 minutos y medio después que yo salí de mi casa, se acerco el tipo a mi carro vestido de negro (se los juro por mi hermana) con una gorra negra también y una bolsa en la mano, de donde suponemos saco la lechuga. Era mi vecino el que vive justo debajo de mi.

Se llama Daniel, y desde que llegue a ese apartamento se ha quejado mil veces de que oye mis pasos (me ha dejado notas pidiéndome que NO camine).

Es un hombre joven, blanco, de tipología europea (creo que es el típico gringo judío) y ni siquiera es feo. Pero cuando habla tiene una manera de mirar y de mover las manos, muy nerviosa y rara. El se estuvo quejado hasta diciembre. A partir de este año dejo de quejarse, mas nunca supe de él, no me volvió a dejar notas en la puerta ni dio golpes a su techo (mi piso) no supe nada mas de él, pero empecé a recibir los regalitos en mi carro.

Volvimos a llamar a la policía. Esta vez eran dos hombres grandísimos y muy fuertes (mi casa de repente se vio más pequeñita con esos dos tipos tan grandes adentro), y les contamos que con todo el respeto, y sin ánimos de subestimar el poder del cuerpo policial de los estados unidos de Norteamérica, necesitábamos que ellos estuvieran al tanto de todo (para efectos legales cuando yo me mude de este edificio) y que no solo la evidencia permanecía intacta y FRESCA (como una lechuga, ja) sino que finalmente habíamos agarrado al sujeto en plena acción (que los policías no quisieron denominar CRIMINAL, con acento en la primera I). Los policías (obvio, insisto) disfrutaron viendo el video, poniendo pausa y adelantando.

Uno le preguntaba al otro sabiendo cual era la respuesta: LECHUGA?, TU HABIAS VISTO ESO ANTES?, y el otro respondía automáticamente NO, MEN! Mirando fijamente el monitor y con la mano en la barbilla tratando de buscar una explicación lógica secuencial: Chocolates, Pollo, lechuga… Estos freaks del carajo (pensarían)… Yo, sentada en el medio de los dos policías viendo sus caras (a veces en medio de la conversación, no aguantábamos la risa y empezábamos a reírnos todos juntos, los policías, mis amigos y yo) no pude evitar sentirme en un capitulo de SEINFIELD.

Y porque en este país de una lechuga se puede pasar a cualquier otra cosa inesperada y loca (no se me ocurre en este momento nada). Todos llegamos a la decisión de que es mejor que me vaya para el mismísimo carajo, bien lejos de ese edificio y de mi vecinito.

Me voy a mudar por suerte lo más pronto posible a un apartamento más bonito y barato y mejor ubicado, aunque mis amigos gringos quieren continuar con el espionaje porque encontraron una cámara arrechísima y mínima que quieren meterla en el carro para grabar un close up del tipo cuando intente algo más.

Bueno, espero que toda esta historia termine bien, o si no tendré que huir del país para salvar mi vida, o en todo caso, comprarme otro carro.