Un lugar donde caerse muerto

Cuando llega diciembre, época de reflexión, armonía y…REGALOS, uno espera, bueno, uno que otro detallito de parte de sus seres queridos. Y este diciembre, mi papá, siempre tan delicado él, decidió regalarme un parcelita… sí, una parcelita, cual oligarca terrateniente…¿para construir una casa? NO ¿Para invertir en un negocio? NO. Una parcelita en el cementerio del este, para tener -como diría uno- un sitio donde caerse muerto.

En fin, por más macabro que esto parecía, ¿cómo decirle que no al gesto del viejo, que por demás costaba unos 500 dólares? ¿Cómo? Bueno, la verdad es que le hubiera dicho «¿qué te pasa, loco? cámbiamelo por un viaje a Europa!!», pero lo compró sin consultarme y no pude hacer nada.

Todo estaba decidido. Lo único que faltaba era la firma en el registro. Pido permiso una tarde en el trabajo para poder ir al registro.

Por alguna razón mi papá me insistió que pasara primero por la casa., y luego entendí por qué.

Cuando llego, me estaban esperando los dos señores que nos vendieron la parcela (un señor y su esposa, ambos mayores).

Mi papá, el Don Regalón de los favores, gentilmente les había ofrecido que YO los llevaría en mi carro hasta el registro. Sí, imagínense que amenas conversaciones podía yo sostener con estos viejitos:

– ¿y cómo es la parcela? ¿Bonita? ¿Tiene buena vista? ¿Y es que acaso ustedes no se piensan morir y por eso la venden?

Bueno, tragué fuerte y emprendí el camino… todo fuera por tener un lugar donde caerme muerta…

Por supuesto, era de esperarse la larga cola de gente esperando en el registro. Luego de pasar media hora empezó a moverse la cola… sólo para entrar a una sala de espera… y espera y espera. Yo era la No 7. Pasa tiempo y aunque no habían llamado a nadie, de repente me llaman a mí. Mi rostro se iluminó y pasé adelante pensando que el mundo sí tenía esperanza. Total que la señora que atendía, cuyo coeficiente intelectual no podía pasar de -10, me dice que mi nombre sale mal en el documento, por lo cual había que anularlo. Acto seguido de ARMACIÓN DE PEO de mi parte, por supuesto en vano. Frente a mi ojos le estamparon ese bello sello de ANULADO, lo cual no era lo peor, sino que perdíamos los 120 dólares por concepto de registro y había que empezar desde cero el largo proceso que había durado un mes en realizar.

Y con el odio en el alma, le doy la cola de regreso a mi casa a los señores (pobrecitos) y le cuento a mi papá que su abogado se equivocó y todo el cuento. Total, que mi papá SE ARRECHÓ CONMIGO (?), me tiró la carpeta y… ME HA QUITADO LA PARCELA. Sí, mandó todo a la mierda, así que esta que está aquí, después de todas estas labores heroicas, sigue sin tener DONDE CAERSE MUERTA.