Las aventuras del Chivo. Parte III

MONTALBAN, DONDE COMO ENTRÉ, SALÍ

En ese mes cumplió años mi primo Nano. El Nano y yo éramos como hermanos y ese era el primer cumpleaños que pasaríamos juntos, así que lo celebramos en grande. Entre él y yo nos tomamos una caja de polarcitas y una botella de Etiqueta Negra. Me quedé en su casa y nos acostamos a las cinco de la mañana, yo tenía un examen de Sociología al día siguiente, era un jueves. Cuando por fin nos acostamos sentí una mano que me tocaba el muslo.

– Despiértate mijo, que ya son las seis – era mi tía Sonia.

Fue increíble, sentí que no había dormido ni siquiera cinco minutos cuando ya me estaba despertando para irme a la universidad. Me bañé y mientras lo hacia pensé:

– Cada vez estás mejor, media caja de POLAR y media botella de güisqui tú solo, no hay quien te pare hermano, je, je, je…

Salí del baño y Nano estaba con cara de enratonado, después de burlarme de él un rato estaba a punto de salir cuando sucedió lo peor.

– ¡Vengan a desayunar! – gritó mi tía.

Fuimos hasta la cocina y ahí estaba ella con un vaso repleto hasta el tope de Toddy. Sé que les parecerá extraño que alguien aborrezca el Toddy, pero es que mi tía hace el Toddy caliente y con huevo.

Por supuesto ambos nos negamos rotundamente a tomarnos semejante brebaje, a lo que ella replicó:

– ¡Ustedes lo que están es rascaos!

No quería que mi vieja se enterara que su hijo de diecisiete años estaba rascándose las primeras semanas de clase en Caracas así que me hice el loco y después de contradecir a mi tía me tome el Toddy, fondo blanco.

Bajé a la avenida Páez y tomé el autobús hasta la universidad. No había puestos libres, así que tuve que ir de pie. Todo iba muy bien hasta ese momento.

El autobús comenzó a bambolearse de lado a lado y con él yo, y conmigo mi estómago, y con mi estómago el Toddy de mi tía.

A la siguiente parada puse un pie afuera de la buseta y vomité.

– Gracias a Dios ya pasó todo – pensé, cuando apenas todo comenzaba.

El chofer me preguntó si estaba enfermo y le conteste que no, que ya todo había pasado y que no se preocupara. Arrancó y en la siguiente parada me botó del autobús mientras vomitaba.

Tomé otro autobús y cuando llegue a la universidad me fui directo al cafetín.

Tómate algo para que te sientas mejor – pensé, y compre una naranjada frappe.

Primera y última, no había terminado de tomármela cuando tuve que correr hacia donde hoy está la casa de los profesores para vomitar entre los escombros que ahí se encontraban.

Entré de nuevo al cafetín y me compre un Halls de limón, por aquello del aliento a vómito. No es fácil conocer chicas nuevas con aliento a vómito, eso estaba claro.

Subí a mi salón y antes de entrar a clases tome agua en el bebedero del descanso. Hubiese regresado a mi casa pero tenía ese maldito examen de Sociología I, mi primer examen en la universidad y no pensaba faltar. Si algo había aprendido de mis padres era que las responsabilidades formaban al hombre y el compromiso ante las adversidades no hacían otra cosa que formar el carácter. Además, ya había preguntado si se podía dejar para complementario y me dijeron que no.

Una vez en el salón me senté en la última fila por si acaso debía salir corriendo al baño a vomitar de nuevo, gran acierto. Subí y bajé alrededor de 4 veces más. A partir de la segunda vez vomité la bilis. En verdad no le deseo eso a nadie.

Cuando por fin llegó la hora del examen tenía un color amarillento en mi rostro, todos los que estudiaban conmigo me preguntaban si estaba enfermo, como si no se notara.

El examen tenía tres preguntas para contestar dos, juro por Dios que solo recuerdo una: “quién es considerado el fundador de la sociología”. Escribí casi sin pulso Augusto Comte y lo entregué – saqué diez, pensé –. Salí corriendo al baño, porque me estaba vomitando de nuevo y mientras lo hacía – como cada vez que vomité ese día – repetía sin cesar “no bebo más, no bebo más”.

En ese momento inolvidable me dio una puntada increíble en el estómago, pensé que estaba a punto de morir, pero después me di cuenta que era solo un peo. Bueno, al menos eso era lo que yo creía.

¿Quién podría pensar en un momento como ese que era mala idea tirarse un peo?, yo no.

Bueno, el caso es que me cagué los pantalones en el baño del Módulo Tres de la Universidad Católica Andrés Bello.

Después de maldecir durante un buen rato, porque aparte de todo lo que me había pasado no había papel sanitario, me limpié con el interior, lo boté en la papelera y me puse mis blue jeans rueda libre.

Me fui a la parada de autobuses y tome el primero que pasó. A mi lado se sentó un carajo de ingeniería y en el otro asiento dos amigos de él. El que tenía al lado comenzó a decirle a sus amigos que olía a mierda y que por ahí como que se había cagado alguien, tremendo descubrimiento. La verdad es que los ingenieros son especiales.

Llegué a mi casa y me senté en la poceta más rápido que ya. Pero aun no terminaba mi día, mientras cagaba sentí ganas de vomitar y adivinen qué… me quité la camisa y vomite sobre ella mientras un ardiente chorro (valga la redundancia, líquido) era emanado de mi culo.

Al finalizar aquella proeza me bañe y sin secarme me acosté en la cama, era casi la una de la tarde. Dormí hasta el día siguiente, mientras soñaba que deberían cambiar el refrán de «caminar comiendo chicle» por «vomitar cagando».

SIGUE LA HISTORIA