Las aventuras del Chivo. Parte II

PTO. ORDAZ, MI PRIMER DOBLE PLAY

Antes de irme a Caracas para comenzar la universidad decidí pasearme por toda Venezuela. Al menos por gran parte de ella. Comencé por Trujillo, donde asistí a un campamento Juvenil en la Mesa de Esnujaque.

En Esnujaque conocí a Alisa. Pareciera ser que en algún momento de mi existencia, mi vida comenzó a girar en torno al sexo, al sexo femenino, claro, y yo, aunque realmente no recuerdo cuando fue, no pensé que tuviese nada malo.

Alisa y yo no tardamos mucho en intimar, así que cuando terminó el campamento no tarde más de una semana en salir corriendo a Puerto Ordaz, donde ella vivía. Allí pasé 21 días exactos divirtiéndome con ella, su novio y su hermana.

Al parecer Alisa no fue lo suficientemente sincera conmigo y me ocultó que tenía novio. Debo confesar que al principio la situación me molestó mucho. Inexperto en los avatares del amor, no comprendía “cómo ella podía hacerme algo así a mi”. Recuerdo que lo que más me molestó sobre el asunto fue que me enteré por mis panas y no por ella. Sin embargo, esa embarazosa situación me motivó a jugar doble play por primera vez en mi vida.

El ver a Alisa en Puerto Ordaz fue algo inesperado. Me invito a su casa y me trató como si no hubiese pasado nada malo entre nosotros, como si su novio no existiera, o mejor, como si existiera pero no le importara. Me beso y me invitó a entrar a su casa.

– ¿Quieres tomarte algo? –insinuó ella.

– Claro – sentencié – mi viejo me enseñó a no rechazar nunca nada que fuera gratis (cómo me ha servido esta enseñanza durante toda mi vida).

Me serví un Dimple tres filos, cortesía del padre, y cual fantasía erótica se acercó desnudándose, mientras decía algo que no recuerdo muy bien sobre sus padres que no vendrían. Hicimos el amor durante horas, seguía sin creerlo. Alisa era un mujer rubia de ojos azules, lo juro. Tenía un cuerpo excepcional, no tenía mucho busto, pero tenía tremendas nalgas. Era flaca. Cosa bien rara en mi, porque nunca me habían gustado las flacas. Siempre las había preferido rellenitas, no gordas como mi pana el Negro, solo rellenitas.

Alisa y yo continuamos nuestro idilio durante esos 21 días. Recuerdo que incluso el día en que ella y su novio cumplieron un año la pasó conmigo en el parque La Llovizna. Fueron unos días geniales hasta que conocí a Carla, su hermana.

Carla hacia teatro y no se parecía en nada a Alisa, salvo en el gran culo que se gastaba al igual que su hermana. Tenía un buen par de cocos, era morena y un pelo más alta que Alisa. Todo se comenzó a enredar entre nosotros porque lo que había entre Alisa y yo se había mantenido – para mi sorpresa – entre nosotros. Por nosotros se entiende mis panas de Puerto Ordaz, Alisa y yo. Ninguno le comentó nada al novio porque todos, a excepción de Alisa, lo odiábamos. El caso es que Carla comenzó a sentirse atraída por mi – y yo por ella – como consecuencia de mis visitas a su hermana.

Primero empezamos conversando un poco y no recuerdo muy bien cómo, aunque sí recuerdo que fue en una fiesta, comenzamos a besarnos. Nuevamente no lo podía creer. Estaba saliendo con dos mujeres al mismo tiempo. El viejo doble play. Estaba conociendo el sabor del doble play, el temor a ser descubierto, por parte y parte y créanme que me gustó.

Salí con las dos durante unas semanas, y lo más difícil no fue que una no se lo dijera a la otra, no, lo más difícil fue convencer a Carla de que nadie se debía enterar de lo nuestro. ¿Con que razones iba a convencer a Carla de que no dijera nada? Con Alisa era fácil, pero ¿qué excusa le iba a dar a carla para que no le comentara a nadie lo nuestro? Si decía algo me jodía. Alisa se enteraría, me dejaría, se lo diría a Carla, su novio me mataría y yo me habría jodido, tal vez no en ese orden, pero si de algo estaba seguro era que eso y solo eso era lo que pasaría si no convencía a Carla de mantener lo nuestro en silencio.

Así fue como comencé a convencerla, o al menos a tratar de.

– Vida – dije – te he dicho que esta es la mejor relación que he tenido en años, ¿no?

– Ay, qué lindo eres mi amor – dijo mientras me besaba.

– En serio, Carla, tú me haces olvidarme de todos mis problemas. Cuando estoy contigo no pienso en otra cosa sino en ti, eres muy especial, cielo… –guarde silencio por unos segundos y puse mi cara de despreocupación número 8 – es por eso que quiero pedirte algo, Carla…

– ¿Qué pasa, mi amor? – dijo con algo de preocupación mientras me tomaba de la mano.

– Oye, lo que pasa es que no sé por donde empezar, es que no quiero que me mal interpretes.

– Anda, dime qué te pasa – dijo.

– Bueno, cielo, lo que pasa es que yo creo que una de las cosas que hace esta relación tan especial es el hecho de que solo nos relacionamos tú y yo. Que no tenemos que estar pendientes de más nadie, ni de lo que piensen los demás. Solo lo sabemos tú y yo y eso es lo que importa. Nada en esta momento de mi vida me puede importar más que el no cambiar eso, creo que sin eso nuestra relación pierde lo místico, lo mágico…

La vieja escuela al fin estaba dando sus frutos. Yo mismo estaba asombrado de lo que acababa de decir. Jamás recordaba haber dicho algo parecido, mucho menos sentirlo, ni siquiera en ese preciso momento.

Aun sin poder creerlo logré arrancarle un par de lágrimas a sus ojos, mientras me abrazaba y me decía cuanto me amaba.

Lo había logrado. Carla no dijo absolutamente nada. El problema vino –porque siempre tiene que haber un problema, al fin y al cabo nada es perfecto – cuando me iba para Caracas. Ese día me estaba tomando una botella de Brandy con unos amigos cuando llego Alisa.

Me dijo en medio de su llanto que no me iba a poder olvidar y que iba a llamarme cuando fuera a Caracas a estudiar el año siguiente – como si yo fuese a esperarla tanto tiempo –. Recuerdo que le entregué unos poemas que había escrito, poemas que por cierto también le había dado a Carla, claro está. Podía estar saliendo con dos mujeres, pero solo tenía “un” cerebro, un poco chamuscado por tomar Brandy a 34 grados centígrados.

Estaba de lo más entusiasmado – no sé si por el Brandy o por ella – cuando de pronto pasó lo que tenía que pasar, se apareció Carla.

Al principio ambas se contuvieron por aquello de las apariencias, pero cuando se fue acercando la hora de partir Carla se me acercó llorando y con mis poemas en la mano me dio un beso en la boca – cosa que no se por qué no pareció agradarle mucho a Alisa.

Ambas se quedaron pasmadas, dicho sea de paso me encontraba sin poder decir o hacer nada, nada en lo absoluto. Alisa fue la primera en acercarse hacia nosotros. Tomó los poemas de la mano de Carla. Los vio de cerca como asegurándose de algo que en verdad no podía ser posible, no quería creer que pudiese ser posible. Tomó de la mano a su hermana y se la llevó del cuarto.
No quería salir de allí. Estaba aterrado. Era mi primera experiencia negativa en el doble play. No sabía que hacer, pero eso sí, no quería salir de aquel cuarto.

Uno de mis amigos me vino a buscar para decirme que Alisa y Carla se iban. Me asomé al balcón de la casa y las vi irse llorando. Alisa volteó y me dio una de esas miradas que uno prefiere olvidar y se alejó para siempre de mi vida, junto a su hermana. Más nunca he vuelto a saber nada de ellas y ya han pasado 10 años.

Nunca comprenderé cómo es que Alisa se molestó tanto. Ella también salía con otro tipo mientras salía conmigo, pero a mi eso no me importó. Yo sabía compartir. Eso era, ella no, ella no sabía compartir.

Decidí ahogar mi mala suerte en el Brandy, esperando la hora de irme al terminal. Mientras lo hacía comprendí que lo que yo llamaba mala suerte no era tal, sino todo lo contrario, era buena suerte. Yo iba a comenzar la universidad en un par de días y tener dos novias en Puerto Ordaz no ayudaría en nada, tendría que llamarlas a las dos por separado, gastar en teléfono, mandar cartas o cosas así. Ahora no tenía nada y mientras lo tuve lo aproveché. Así que bendije mi buena suerte y me monte en el autobús con una de las mayores peas que he tenido en mi vida. Mi vida en Caracas estaba por comenzar…

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