Cómo los prefieren los hombres

Unos los prefieren tímidos y flacuchentos, otros los prefieren erguidos y robustos, otros muy suaves y de piel delicada, otros con olor a frutas y otros simplemente los quieren tener en la boca sin importar su apariencia ni textura. Por supuesto, nos referimos al simpático botoncillo eréctil rico en terminaciones nerviosas conocido comúnmente como pezón, una de las principales zonas erógenas del cuerpo humano. En el caso de la mujer, su mágico poder de atracción está directamente relacionado con el área de piel que lo rodea llamada aréola y con el tamaño y forma del seno. La proporción entre estos tres elementos es muy importante, ¿se imaginan a una dama que tenga un pezón del tamaño de una manzana o una aréola que cubra todo el seno? Bueno, de estas últimas conocemos a un par, pero definitivamente éste no es el mejor recuerdo de aquel objeto que instintivamente comenzamos a chupar desde muy temprana edad. Y aunque existen mujeres que no tienen pezones (!), dediquémonos a viajar por el jovial mundo de esos hermosos botoncitos que se muestran de manera muy erótica en una franela blanca mojada y las distintas preferencias que algunos niños ya bien creciditos tienen por ellos…

Por muy pronunciado que sea un escote muy pocas mujeres dejan a la vista sus pezones, sólo en las playas nudistas, revistas eróticas y pasarelas de moda podemos ver los senos en todo su esplendor y belleza; pudiéramos decir que en muchos de nuestros países mostrar esta parte de los senos es tabú, incluso en uno de nuestros países una participante de un concurso de belleza fue descalificada por mostrar «deliberadamente» un pezón.

Al no usar sostén, una mujer es capaz de enloquecer a cuanto hombre se cruce en su camino, entonces los comentarios sobre sus pezones se hacen sentir, y esta exhibición, dependiendo de si es efectiva o desafortunada, puede elevar o disminuir su fama y cotización en el mundo de los varones. Resulta demasiado evidente que los senos femeninos están pasando por uno de sus mejores momentos de la historia, camisetas muy ajustadas nos permiten apreciarlos en todo su esplendor, y pensar que hasta hace pocos años las mujeres con senos demasiados prominentes intentaban ocultar su gran tamaño mediante los llamados opresores del busto, incluso no pocas veces el complejo de tener los senos demasiado grandes llevó a muchas a desear operaciones reductoras y hasta llegó a crear una subespecie de mujeres jorobadas…

Hoy, asistimos a la exhibición de bustos de distintos tamaños, colores y formas y no tengamos miedo de decirlo: «¡Amamos sus pechos, mujeres!» pero qué sucede con sus pezones ¿acaso no tienen importancia? Nosotros creemos que sí. Recordemos el teleretismo o telotismo, es decir, la erección o profusión del pezón, debido a la contracción del músculo areolar provocada por el frío, por las succiones y, por supuesto, por la excitación sexual. Un pezón erecto es signo de una gran excitación y esto calienta a cualquiera. Inclusive en la literatura, el pezón ha tenido el lugar que merece. He aquí, a manera de ejemplo, el poema

Los Senos de Mnasidika de Pierre Louÿs (1870-1925):

«Abrió lentamente su túnica con una sola mano y me tendió sus senos tibios y suaves, con el mismo ademán con que se ofrecen a la diosa un par de tórtolas vivas. Quiérelos mucho -me dijo-. ¡Yo los quiero tanto! Están muy mimados, como niños chiquitos. Cuando estoy sola me entretengo con ellos. Juego con ellos.
Los baño en leche. Los empolvo con flores. Mis finos cabellos que los enjugan son gratos a sus pezoncitos. Los acaricio estremeciéndome. Los acuesto entre lana. Puesto que yo no tendré nunca hijos, sé tú su mamoncillo, amor mío, y ya que están tan lejos de mi boca, bésales tú de mi parte.»

Es innegable la importancia que tienen los pezones en el juego sexual. Quién no los ha mamado recordando nuestra más tierna infancia, cuántos padres no se han disputado un poco de leche materna con sus hijos recién nacidos, quién no los ha mordido en una situación muy acalorada, quién no se ha regocijado con el placer que le produce a la mujer el pasarles la punta de la lengua cariñosa y meticulosamente, o, haciendo trampa, pasándoles un cubito de hielo, o tal vez dos. Quién no se ha excitado al ver una hermosa dama caminando en la calle sin sostenes con unos desafiantes y hermosos pezones erectos, quién no ha disfrutado una pieza de baile en donde los pezones de nuestra pareja nos van rozando paulatinamente al ritmo de la música invitándonos al placer, quién no recuerda los primeros pezones que mamó, dígannos, ¡¿quién?!…

Para algunos fetichistas la mujer no es más que un pezón gigante, claro, hay gustos para todo, pero eso sí, cuando un pezón segrega ciertas sustancias amarillentas es síntoma de enfermedad, y por muy exquisitos que tengan ciertos gustos, ¡por amor a la asepsia, no los maméis! Resulta demasiado agradable juguetear con unos lindos pezones bien proporcionados, de agradable olor y por supuesto muy bien lubricados para evitar la resequedad. Y aunque para otros no haya nada tan sublime como hacer el amor con una mujer que no haya tenido ni siquiera tiempo de rasurarse los vellos de sus pezones, las diferencias en el gusto de los hombres por ellos lo que hacen es aumentar su importancia.

Como muchas partes del cuerpo, los pezones no escapan a las diferencias entre una mujer y otra. En cuanto al tamaño, los hay grandes y los hay pequeños. En cuanto al color, los hay claros, tirando a rosados, los hay pardos, y los hay más oscuros. Los hay casi sin vellos y los hay muy vellosos, hasta el punto de que -para aquellos que no lo sepan- deben ser depilados frecuentemente. Los hay con piercings, los hay tatuados, en fin, las diferencias no importan, lo que importa es que nos agradan, como a aquel célebre calavera que sin muchos rodeos nos ha dicho: «A mí me gustan como sean, que los tengan como ellas quieran que yo se los beso y se los muerdo igual a todas». No en vano reza el refrán: «En la variedad está el gusto»…